Cada vez recibimos noticias más inquetantes sobre agresiones de alumnos a profesores, de padres o madres a los profesores de sus hijos y de agresiones entre alumnos, generalmente al que consideran más débil por diferentes motivos, que nos hacen pensar que en la sociedad algo no funciona bien, cuando en la escuela que no es más que un reflejo de esa sociedad, estamos viviendo en mayor o menor medida los hechos anteriormente reflejados. Cabría preguntarse si algo de culpa tendremos los educadores, en el comportamiento anómalo de esta juventud, a la que no hemos sido capaces de trasmitir los principios morales de respeto por el otro, la tolerancia, la escucha activa, el pedir perdón cuando nos equivocamos, la negociación de un conflicto usando si es necesaria la mediación entre iguales, la ayuda al que más lo necesita, la no discriminación por motivo de raza, religión u orientación sexual, la solidaridad para ofrecernos un mundo más humano, etc. Se habla de endurecer los castigos a los maltratadores de palabra u obra, puesto que el castigo recogido en los Reglamentos de Funcionamiento de los centros educativos no funciona con algunas personas. En cualquier caso todos los agentes educativos: educadores, familias , inspección educativa, alumnos, ayuntamiento y sociedad en general tienen, tenemos que hacer una profunda reflexión sobre que sociedad queremos construir y legar a estos jóvenes que estamos educando, antes de tener que plantearnos medidas paliativas cuando no represivas que no son más que un fracaso colectivo. Retomemos aquella sociedad del respeto que no del miedo al educador. La autoridad por la autoridad no vale mucho pero sin autoridad podemos caminar a la anarquía y al libertinaje. El primer pilar de la educación es la familia en perfecta sinergia con la escuela, colaborando y no generando desconfianzas mutuas que el educando pueda percibir y le impida tener referencias claras sobre donde están los límites que no puede nunca traspasar.
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